7 Domingos de San José

I Domingo:  El Patrocinio de San José sobre toda la Iglesia 

Oración Inicial A ti, bienaventurado san José, acudimos en nuestra tribulación, y después de implorar el auxilio de tu santísima esposa, solicitamos también confiadamente tu patrocinio. Con aquella caridad que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen María, Madre de Dios, y por el paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te suplicamos que vuelvas benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras necesidades. Protege, oh providentísimo Custodio de la divina Familia, la escogida descendencia de Jesucristo; aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y vicios. Asístenos propicio desde el cielo, en esta lucha contra el poder de las tinieblas; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del Niño Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda adversidad. Y a cada uno de nosotros protégenos con tu constante patrocinio, para que, a ejemplo tuyo, y sostenidos por tu auxilio, podamos vivir y morir santamente y alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén. (León XIII)

 Lectura Bíblica “Felipe encuentra a Natanael y le dice: «Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret». Natanael le replicó: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?». Felipe le contestó: «Ven y verás».” (Jn. 1, 45-46)

 Meditación “Ven y verás”: esa es la invitación con la que nos acercamos a conocer un poco más a José de Nazaret, aquel a quien queremos encomendar nuestra vida, nuestras parroquias y grupos apostólicos, y la comunidad entera. San José es un santo único. Lo veneramos como el hombre más cercano a Cristo. Sus virtudes y santidad son extraordinarios, hasta el punto de que muchos santos padres le han considerado el más luminoso de todos los santos, ejemplo de amor, humildad y dedicación a Jesús. Esta conciencia viva del lugar especialísimo que san José tiene en el plan providencial de Dios, ha pasado por la experiencia y la pluma de muchos santos de todos los tiempos. Santa Teresa de Jesús, la gran doctora mística de Ávila, es testigo de su poderosa intercesión, cuando escribe en el libro de su Vida: «Y tomé por abogado y señor al gloriosos san José y me encomendé mucho a él. Vi claro que, tanto de esta necesidad como de otras mayores, de perder la fama y el alma, este padre y señor mío me libró mejor de lo que yo lo sabía pedir. No me acuerdo hasta hoy de haberle suplicado nada que no me lo haya concedido. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, y de los peligros de que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece que les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; pero a este glorioso santo tengo experiencia de que socorre en todas, y quiere el Señor darnos a entender, que así como le estuvo sometido en la tierra, pues como tenía nombre de padre, siendo custodio, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide» (Libro de la Vida 6,6) En el siglo XIX, hubo un movimiento del sentir popular pidiendo la declaración del patrocinio de san José sobre toda la Iglesia. Entre los cientos de cartas que llegaron al escritorio de Pío IX estaba la de un sacerdote dominico, el Beato Juan José Lataste, en la que contaba al Papa que había ofrecido su vida para que llegase esa declaración pontificia. El Papa, muy movido por esa petición en particular, en la Solemnidad de la Inmaculada de 1870, invocaba urbi et orbi ese patrocinio en las misas de todas las basílicas pontificias en que se leyó el Decreto Quemadmodum Deus de la Sagrada Congregación de Ritos, donde se decía: “Del mismo modo que Dios constituyó al otro José, hijo del patriarca Jacob, gobernador de toda la tierra de Egipto para que asegurase al pueblo su sustento, así al llegar la plenitud de los tiempos, cuando iba a enviar a la tierra a su Hijo Unigénito para la salvación del mundo, designó a este otro José, del cual el primero era un símbolo, y le constituyó Señor y Príncipe de su casa y de su posesión y lo eligió por custodio de sus tesoros más preciosos. Porque tuvo por esposa a la inmaculada Virgen María, de la cual por obra del Espíritu Santo nació Nuestro Señor Jesucristo, tenido ante los hombres por hijo de José, al que estuvo sometido. Y al que tantos reyes y profetas anhelaron contemplar, este José no solamente lo vio, sino que conversó con él, lo abrazó, lo besó con afecto paternal y con cuidado solícito alimentó al que el pueblo fiel tomaría como pan bajado del cielo para la vida eterna. Por esta sublime dignidad que Dios confirió a su siervo bueno y fidelísimo, la Iglesia, después de su esposa, la Virgen Madre de Dios, lo veneró siempre con sumos honores y alabanzas e imploró su intercesión en los momentos de angustia. Y puesto que en estos tiempos tristísimos la misma Iglesia es atacada por doquier por sus enemigos y se ve oprimida por tan graves calamidades que parece que los impíos hacen prevalecer sobre ella las puertas del infierno, los venerables obispos de todo el orbe católico, en su nombre y en el de los fieles a ellos confiados, elevaron sus preces al Sumo Pontífice para que se dignara constituir a san José por patrono de la Iglesia Universal. Al haber sido renovadas con más fuerza estas mismas peticiones y deseos durante el Santo Concilio Ecuménico Vaticano, Nuestro Santísimo Papa Pío IX, conmovido por la luctuosa situación de estos tiempos, para ponerse a sí mismo y a todos los fieles bajo el poderosísimo patrocinio del santo patriarca José, quiso satisfacer los votos de los obispos y solemnemente lo declara PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL”. 

Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén 

II Domingo: La Paternidad Espiritual de San José 

Oración Inicial Glorioso San José, esposo de la Virgen María, dispénsanos tu protección paterna. Nosotros te suplicamos por el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo. Tú, cuya protección se extiende a todas las necesidades y sabe tornar posibles las cosas más imposibles, dirige tu mirada de padre sobre los intereses de tus hijos. Recurrimos a ti, con confianza en las angustias y penas que nos oprimen; dígnate tomar bajo tu caritativa protección este asunto importante y difícil que s la causa de nuestras inquietudes. Haz que su feliz desenlace sea para gloria de Dios y bien de sus servidores. Amén. (San Francisco de Sales)

Lectura Bíblica “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. Así, las generaciones desde Abrahán a David fueron en total catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta el Cristo, catorce” (Mt. 1, 16-17).

Meditación La designación como “Patrono”, etimológicamente designa a quien hace las funciones de “Padre”. Esta misión, que Dios encargó a san José en vida de Jesucristo, quedaba entonces reconocida respecto de toda la Iglesia. En muchas ocasiones hemos pensado en la maternidad espiritual de la Virgen, pero no siempre hemos caído en la cuenta de esa paternidad espiritual de san José sobre toda la Iglesia y sobre cada uno de nosotros. La paternidad de san José sobre Jesús, aunque no fue física, tuvo todas las características de una verdadera paternidad. Su relación paternal con Jesús fue personal, afectuosa, y se prolongó durante muchos más años de los que pasó con sus mismos apóstoles. Como hombre, Jesús tuvo en José un modelo de masculinidad. Fue testigo del ejemplo diario de su padre, aprendió de Él las virtudes del trabajo, y podemos reconocer en su humanidad trazos de la humanidad de José. “En verdad, en verdad os digo: El Hijo no puede hacer nada por su cuenta sino lo que viere hacer al Padre” (Jn. 5, 19). Y José, fue, en lo humano determinante en su paternidad. “José cumplió plenamente su papel paterno, en todo sentido. Seguramente educó a Jesús en la oración, juntamente con María. Él, en particular, lo habrá llevado consigo a la sinagoga, a los ritos del sábado, como también a Jerusalén, para las grandes fiestas del pueblo de Israel. José, según la tradición judía, habrá dirigido la oración doméstica tanto en la cotidianidad —por la  mañana, por la tarde, en las comidas—, como en las principales celebraciones religiosas. Así, en el ritmo de las jornadas transcurridas en Nazaret, entre la casa sencilla y el taller de José, Jesús aprendió a alternar oración y trabajo, y a ofrecer a Dios también la fatiga para ganar el pan necesario para la familia” (Benedicto XVI, Audiencia general del 28 de diciembre de 2011) Así mismo, Jesucristo quiere que tengamos la paternidad espiritual de san José, porque no hay ningún hombre más capaz que san José de modelar la verdadera paternidad sobre cada uno de nosotros. Su paternidad espiritual y amorosa tiene el poder de acercarnos extremadamente a los Corazones de Jesús y de María, incrementar nuestra virtud, protegernos de las potencias malignas, y ayudarnos a alcanzar el cielo. Este es el tiempo de san José. Muchos hombres no han tenido una buena experiencia de la paternidad. Él nos conducirá espiritualmente con todo lo que hace un padre: nos alimentará, nos dará educación, vestido, protección y corregirá cuando sea necesario. “Somos hijos de María, y esta es nuestra gloria y nuestro consuelo. Pero también somos hijos adoptivos de san José y esto no es cosa menor, por la confianza que tenemos en él” (Beato Guillermo Chaminade). 

Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén 

III Domingo:  San José, Casto Esposo de María 

Oración Inicial San José, guardián de Jesús y casto esposo de María, tú empleaste toda tu vida en el perfecto cumplimiento de tu deber, mantuviste a la Sagrada Familia de Nazaret con el trabajo de tus manos. Protege bondadosamente a los que recurren confiadamente a ti. Tú conoces sus aspiraciones y sus esperanzas. Se dirigen a ti porque saben que los comprendes y proteges. También conociste pruebas, cansancio y trabajos. Pero, aun dentro de las preocupaciones materiales de la vida, tu alma estaba llena de profunda paz y cantó llena de verdadera alegría por el íntimo trato que goza con el Hijo de Dios, el cual te fue confiado a ti a la vez que a María, su tierna Madre. Ayúdanos a comprender que no estamos solos en nuestro trabajo, a saber descubrir a Jesús junto a nosotros, a acogerlo con la gracia y custodiarlo con fidelidad como tú lo hiciste. Obtén que en nuestra familia todo sea santificado en la caridad, en la paciencia, en la justicia y en la búsqueda del bien. Amén. (San Juan XXIII)

Lectura Bíblica “La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.” (Mt. 1,18).

Meditación “Ningún marido o mujer se han amado tanto entre sí como lo hicieron José y María” (Vble. Fulton J. Sheen). Existe una antigua celebración litúrgica, que ahora sólo tiene lugar en algunos santuarios, diócesis y congregaciones el 23 de enero, que es la “Fiesta de los Santos Esposos”, o de los desposorios de María y José. La fecha parece sacada de las revelaciones privadas de la Beata Ana Catalina Emmerick, y recuerda que “todo lo que se refiere al matrimonio de María y José ocurrió por una íntima disposición del Espíritu Santo” (San Buenaventura). Es muy hermoso celebrar en una fiesta litúrgica el misterio del matrimonio, en el que también meditamos cuando rezamos el segundo misterio luminoso del Santo Rosario, uno de los introducidos por san Juan Pablo II, aunque tienen su origen en San Jorge Preca de Malta. Contemplar el misterio de los desposorios de José y María ayuda a recordar a todos la santidad del matrimonio en un momento en el que es muy contestada la necesidad de este sacramento para la vida conyugal. Este matrimonio tuvo la peculiaridad de ser el de aquellos que iban a acoger al Redentor del género humano. De ahí que no nos extrañe en absoluto que, desde el primer momento de su unión, estuviese marcado por un cierto propósito de vivir en virginidad. “Es perfectamente acorde con la fe y el espíritu de la Iglesia, honrar como virgen no solo a la Madre de Dios, sino también a san José” (San Pedro Damián). “Ambos, María y José habían hecho un voto de permanecer vírgenes todos los días de su vida; y Dios los quería unidos con el vínculo conyugal, sin contradicción en ello, sino por la peculiar confirmación de su singular unión con que se ayudarían por esa santa relación” (S. Francisco de Sales). “María perteneció a José y José a María, tanto que su matrimonio fue total desde el momento en que se entregaron uno al otro. ¿Cómo pudieron hacerlo? Por el triunfo de su pureza. Recíprocamente se dieron su virginidad, y a través de esta virginidad se entregaron el uno al otro su propio derecho. ¿Qué derecho? El de salvaguardar la virtud del otro” (S. Pedro Julián Eymard). Muchos santos, místicos, estudiosos de las Sagradas Escrituras y teólogos, han afirmado esta paternidad virginal de san José. Muestra a un varón joven, con virtud heroica al desposarse con la mujer más hermosa sobre la faz de la tierra, haciendo el enorme sacrificio de su mente, su cuerpo, sus sentidos y su corazón para hacerlo de esa forma tan pura y amorosa. En san José, Dios preparó un esposo, un guardián y un caballero para María. En la virtuosa humanidad de san José, María experimentó pureza, castidad, modestia y amor sacrificial. Y de esa manera, el matrimonio de María y José se convierte en un reflejo de la pureza y de la fecundidad de la generación del Hijo en el seno de la Trinidad. “Creo que san José fue adornado con la más pura virginidad, la más profunda humildad y el más ardiente amor y caridad hacia Dios” (S. Bernardino de Siena).

Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén 

IV Domingo:  Justicia y Santidad de José 

Oración Inicial San José, esposo de la Virgen Madre de Dios, enséñanos incesantemente la verdad divina y la dignidad humana contenida en la vocación familiar. San José, hombre de justicia, enséñanos el amor responsable hacia aquellos que Dios nos encomienda de forma especial: el amor entre los esposos, el amor entre padres e hijos. Enséñanos responsabilidad hacia cada vida, desde el primer momento de su concepción hasta su último instante sobre la tierra. Enséñanos un gran respeto por el don de la vida, enséñanos a adorar profundamente al Creador, Padre y Dador de la Vida. San José, patrón del trabajo humano, asístenos en toda ocupación, en esa vocación del hombre sobre la tierra. Enséñanos a resolver los difíciles problemas conectados con el trabajo en la vida de cada generación, comenzando por los jóvenes y en todas las situaciones de la vida social de nuestro tiempo. (San Juan Pablo II) 

Lectura Bíblica “José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados»” (Mt. 1, 19-21).

Meditación “San José es el hombre justo, un incansable trabajador, el honesto guardián de los que se han confiado a su cuidado” (San Juan Pablo II). La dignidad de san José es muy grande. En las letanías que san Pío X aprobó en su honor, se le llama “Ilustre descendiente de David”. No olvidemos que san José es descendiente del rey David. Tiene sangre de reyes, es “hijo de David”. Este título es un título mesiánico, que aparece diecisiete veces en el Nuevo Testamento aplicado sólo a Jesús y a José. En el momento más crucial de la historia de la salvación, el ángel llama así a san José, para recordarle su linaje real y las promesas asociadas. Pero esta especial providencia que preparó desde siglos la humanidad de san José, encontró, además, una generosa acogida y respuesta en la vida y obra del santo patriarca. “Ser justo -santo- es estar perfectamente unido a la voluntad de Dios, conforme con ella en todo tipo de eventos, sean prósperos o adversos. Sin duda alguna, eso es lo que fue san José” (S. Francisco de Sales). El evangelio apunta la “justicia” de san José al descubrir que María estaba encinta. Muchos santos y padres de la Iglesia han evitado ver aquí una especie de “duda” de José sobre la honestidad de María, lo que precisamente no se podría entender como consecuencia de su justicia. Lo explica muy bien Orígenes: “José era justo y la Virgen era Inmaculada. La duda por dejarla llegó cuando descubrió el poder de un milagro y un gran misterio al que se sentía indigno de aproximarse. Humillándose ante tan gran e inefable fenómeno, pensó en retirarse, justo como san Pedro se humilló ante el Señor y dijo ‘Apártate de mi, Señor, que soy un pecador’, o como el centurión dijo ‘No soy digno de que entres en mi casa…’, como Isabel dijo a María ‘¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?’. De esta manera el justo José se humilló a si mismo y temió entrar en una unión con tan alta santidad”. San Basilio, San Efrén, San Juan Crisóstomo San Bernardo, santo Tomás de Aquino o santa Brígida, son solo algunos de los santos que han leído así ese momento crítico de la vida de José. “Hay una regla general respecto a las gracias especiales que cada ser humano recibe. Cuando el Señor elige a alguien para recibir una gracia especial, o le propone aceptar una elevada vocación, Dios adorna la persona elegida con todos los dones del Espíritu necesarios para cumplir la misión. Esta regla general se verifica especialmente en el caso de san José” (S. Bernardino de Siena). San José, elegido para ser el protector de la Virgen y de Jesús, como también de cada uno de nosotros. En la medida en que tiene que seguir ayudándonos a caminar hacia la patria celeste, su misión sigue adelante. Él cuida de cada uno de sus amados hijos y pide el don del Espíritu Santo para que lleguemos a ser santos. 

Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén 

V Domingo:  San José, Custodio del Redentor 

Oración Inicial Glorioso San José, modelo de todos aquellos que se dedican al trabajo, obtenedme la gracia de trabajar con espíritu de penitencia para la expiación de mis pecados; de trabajar en conciencia, poniendo el culto del deber por encima de mis inclinaciones; de trabajar con reconocimiento y alegría, considerando un honor el emplear y desarrollar por el trabajo los dones recibidos de Dios; de trabajar con orden, paz, moderación y paciencia, sin retroceder jamás ante la pereza y las dificultades; de trabajar sobre todo con pureza de intención y desprendimiento de mí mismo, teniendo sin cesar ante mis ojos la muerte y la cuenta que deberé rendir del tiempo perdido, de los talentos inutilizados, del bien omitido y de las vanas complacencias en el éxito, tan funestas para la obra de Dios. Todo por Jesús, todo por María, todo a imitación vuestra ¡oh Patriarca San José! Tal será mi divisa en la vida y en la muerte. Así sea. (San Pío X) 

Lectura Bíblica “El ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta: «De Egipto llamé a mi hijo»” (Mt 2, 13-15). 

Meditación Custodio del Redentor, así llamó Juan Pablo II a san José en la hermosa carta apostólica que le dedicó. Hay una bella tradición, que desde el siglo XVI contempla los siete dolores y gozos de san José en su camino como protector de Jesucristo, que van contraponiendo los aspectos agridulces que aparecen en los diversos misterios de su infancia: el anuncio, su nacimiento en pobreza, la circuncisión e imposición del Nombre de Jesús, la presentación, la huida a Egipto, la vida de Nazaret y la pérdida y el hallazgo en el Templo. Todos ellos contienen un elemento de dicha y en todos ellos se vislumbra que Jesús es el Redentor, llamado a salvar a los hombres en la Cruz. “Dar vida a alguien es el más grande de todos los regalos. Salvarle la vida es el siguiente. ¿Quién dio vida a Jesús? Fue María. ¿Quién salvó su vida? Fue José. Pregunta a san Pablo quién le persiguió; pregunta a san Pedro quién le negó; pregunta a todos los santos quién le llevó a la muerte. Pero si preguntamos ‘¿quién salvó su vida?’, callad patriarcas, profetas, apóstoles, confesores y mártires. Dejemos a san José hablar, porque él y solo él es el salvador del mismo Salvador” (Beato Chaminade). Los corazones de Jesús, María y José son una sola cosa. Como lo es su misión. Jesucristo es el Salvador del Mundo, pero ha querido que su madre y su padre tengan una participación única en la obra de la redención. De la sacrificial paternidad de san José aprendemos que está dispuesto a seguir ejerciéndola sobre los que nos encomendamos a su protección. En nuestros calvarios, san José nos ofrece su consuelo, y la fuerza para abrazar por amor todas nuestras cruces. Cuentan las crónicas que los sacerdotes polacos que fueron prisioneros en el campo de concentración nazi de Dachau, encomendaron a san José su cuidado y liberación. Lo hicieron por primera vez el 8 de diciembre e 1940, pero renovaron ese acto común de consagración frecuentemente. Muchos sobrevivieron hasta la liberación en 1945 y atribuyeron a san José su salvación, organizando una peregrinación colectiva al santuario de San José en Kalisz (Polonia) que se ha seguido realizando año tras año. En 1995 todavía vivían 37 de aquellos sacerdotes, y aunque hoy ya no vive ninguno, su historia está en el museo del santuario. La protección de san José se extiende desde las circunstancias extraordinarias hasta las más ordinarias. Le llamamos “modelo de la vida doméstica”, y nos gozamos en contemplar sus días en el taller de Nazaret. “Con san José, los cristianos aprenden lo que significa pertenecer a Dios y asumir plenamente el propio lugar entre los hombres, santificando el mundo. Ve a conocer a José y encontrarás a Jesús. Habla a José y encontrarás a María, que siempre derrama paz en el atrayente taller de Nazaret” (S. José María Escrivá) 

Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

VI Domingo:  Los silencios de san José 

Oración Inicial Oh san José, cuya protección es tan grande, tan fuerte y tan inmediata ante el trono de Dios, a ti confío todas mis intenciones y deseos. Ayúdame, san José, con tu poderosa intercesión, a obtener todas las bendiciones espirituales por intercesión de tu Hijo adoptivo, Jesucristo Nuestro Señor, de modo que, al confiarme, aquí en la tierra, a tu poder celestial, Te tribute mi agradecimiento y homenaje. Oh san José, yo nunca me canso de contemplarte con Jesús adormecido en tus brazos. No me atrevo a acercarme cuando Él descansa junto a tu corazón. Abrázale en mi nombre, besa por mí su delicado rostro y pídele que me devuelva ese beso cuando yo exhale mi último suspiro. ¡San José, patrono de las almas que parten, ruega por mi! Amén. 

Lectura Bíblica “Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y vuelve a la tierra de Israel, porque han muerto los que atentaban contra la vida del niño». Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a la tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en una ciudad llamada Nazaret. Así se cumplió lo dicho por medio de los profetas, que se llamaría nazareno” (Mt. 2, 19-23).

Meditación Podríamos decir que la vocación de san José es una vocación de adoración perpetua. Durante sus 30 años de vida doméstica, la casa de Nazaret fue un santuario de oración y adoración. “San José es un adorador perfecto, enteramente consagrado a Jesús, trabajando siempre junto a Jesús, dándole sus virtudes, su tiempo, su entera vida; y en ello, es nuestro modelo e inspiración” (S. Pedro Julián Eymard). De esa unión íntima con el Señor, nace también la vitalidad espiritual de san José, que va adelante en medio de mucho silencio y ocultamiento. Muchos santos creen que José acompañó a María en su visita a Isabel, aunque el evangelio no dice nada al respecto. Sería difícil pensar en una mujer viajando sola en un trayecto semejante. ¡Qué hermoso camino de adoración silenciosa ante el Arca de la Nueva Alianza viviría José! “Ninguna palabra suya está registrada en el Evangelio. Su lenguaje es el silencio” (S. Pablo VI). El hombre que enseñó a Jesús a hablar, con sus expresiones, coloquialismo, acento… y, sin embargo, no conservamos ninguna de las palabras de José en el Nuevo Testamento. Sus acciones hablan más fuerte que las palabras. El silencio y la humildad de José son el fundamento de su grandeza. “Dejémonos “contagiar” por el silencio de san José. Nos es muy necesario, en un mundo a menudo demasiado ruidoso, que no favorece el recogimiento y la escucha de la voz de Dios” (Benedicto XVI). El Papa Francisco ha popularizado una imagen de san José durmiendo que tiene mucho que enseñarnos. Dios es un Padre, que ha creado el sueño como parte de su plan providente. Como padre, disfruta viendo a sus hijos descansar pacíficamente. Incluso, sabemos que, en ocasiones, se ha comunicado con los hombres en sueños, como es el caso de José, a quien regaló importantes mensajes en sus sueños. El sueño de san José es orante, especialmente ahora que ya no duerme pero descansa en el Señor. Podemos encomendarle nuestras intenciones a aquel que descubrió e hizo la voluntad de Dios manifestada en su sueño. Pero además, el sueño de san José nos enseña que el descanso forma parte del plan de Dios, en un mundo de actividad frenética, de adicción a la actividad y de sobreestimulación en muchos niveles. El sueño refresca el alma y agrada a Dios también. Pon nuestras necesidades en tu corazón, oh José, y preséntalas a Jesús. Ayúdanos a escuchar la voz de Dios, a levantarnos y a poner su palabra en práctica con amor. 

Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

VII Domingo:  La devoción a san José 

Oración Inicial

Glorioso San José, protector, modelo y guía de las familias cristianas: Te ruego protejas a la mía. Haz reinar en ella el espíritu de fe y de religión, la fidelidad a los mandamientos de Dios y de la Iglesia, la paz y la unión de los hijos, el desprendimiento de los bienes temporales y el amor a los asuntos del cielo. Dígnate velar sobre todos nuestros intereses. Ruega al Señor que bendiga nuestra casa. Otorga la paz a la familia, acierto a los hijos en la elección de estado. Concede a todos los miembros de nuestra familia y de todas las familias de la tierra, la gracia de vivir y morir en el amor de Jesús y de María. Amén. 

Lectura Bíblica “Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc. 2, 51-52).

Meditación “Id a José y haced lo que él os diga” (Gn. 41, 55). Esta expresión del Faraón de Egipto, referida a José, el hijo de Jacob, en el Antiguo Testamento, ha sido acomodaticiamente utilizada para hablar de la poderosa intercesión de san José. “El faraón exaltó a José y le hizo príncipe de su reino, porque almacenó el grano y el pan y salvó su entero reino. San José ha salvado y protegido a Cristo, que es el Pan de la Vida y da la vida eterna al mundo” (San Lorenzo de Brindis). La intercesión admirable que san José ha dispensado frente a las necesidades de las personas y de los pueblos, le ha hecho merecer un múltiple patrocinio ante las situaciones más adversas. A san José se le invoca como patrono de la buena muerte. “Desde la conciencia de que todos hemos de pasar por el trance de la muerte, deberíamos invocar muy especialmente a san José, para que nos obtenga una muerte santa” (S. Alfonso María de Ligorio). Pensamos que san José murió antes que Jesús, pues, de otra manera, seguramente hubiera estado presente en el Calvario, probablemente antes incluso de su vida pública, para no oscurecer la primacía del Padre Celestial. De manera que podemos pensar en una muerte santa acompañado de las personas más santas sobre la faz de la tierra, Jesús y María. Gran parte de la literatura espiritual ha imaginado este momento como el icono de la muerte perfecta, modelo de todos aquellos que quieren vivir y morir en el Señor. Una piadosa tradición, citada incluso en una homilía por san Juan XXIII, sostiene la creencia de que san  José habría sido también asunto al cielo, junto a otros santos del antiguo testamento, tal como señala san Mateo en su evangelio que ocurrió tras la muerte de Jesucristo (cf. Mt. 27, 52-53). También, una invocación popular, se dirige a san José como “terror de los demonios”. Testimonio de su poderosa intercesión frente a las potencias del mal da el Beato Bartolo Longo, fundador del Santuario de Ntra. Sra. del Rosario en Pompeya, que durante una juventud muy escabrosa en la que coqueteó con prácticas espiritistas y asociaciones satánicas, quedó bajo la influencia del demonio. Liberado por la intercesión de la Virgen y de san José, hecho terciario dominico y devoto del santo rosario, consagró su vida a extender su devoción. “Pronuncia con frecuencia los nombres de Jesús, María y José. Sus nombres traen paz, amor, salud, bendiciones, gloria, admiración, alegría y veneración. Sus santos nombres son una bendición para los hombres y los ángeles, y un terror para los demonios. Los cristianos deberían siempre tener los nombres de Jesús, María y José en sus labios y en su corazón” (Beato Bartolo Longo). Cada miércoles, según una venerable tradición, la Iglesia tiene especialmente presente a san José, el día que media entre los dedicados más directamente Jesús (el domingo) y a la Virgen (el sábado). En este año “jubilar” en honor de san José, la Penitenciaría Apostólica ha prevista indulgencia plenaria a aquellos que “cualquier oración o acto de piedad legítimamente aprobado en honor de San José […] cada miércoles, día dedicado a la memoria del Santo según la tradición latina”. Muchos sacerdotes tienen la costumbre de celebrar la misa votiva de san José en aquellos miércoles en que no hay otra celebración preferente en el calendario litúrgico. “Cada miércoles, hacer algo por san José, una oración, una lectura espiritual, alguna mortificación, ofrecerle algo de mi” (S. Juan XXIII, Diario del alma). El mes de marzo es un mes también lleno de la presencia del santo patriarca, y en nuestra nación muy especialmente ligado a su patrocinio sobre las vocaciones sacerdotales. La Venerable María de Ágreda recogía, de sus experiencias místicas, una lista de siete privilegios que acompañan a la devoción a san José, que después ha popularizado la piedad cristiana: 1) alcanzar la virtud de la pureza y vencer las inclinaciones sensuales de la carne, 2) procurar ayuda poderosa para escapar del pecado y recuperar la amistad con Dios, 3) incrementar el amor y la devoción a Santa María, 4) asegurar la gracia de una muerte santa y protección contra los demonios en esa hora, 5) someter a los demonios con terror en la mención de su nombre, 6) alcanzar salud del cuerpo y asistencia en toda clase de dificultades, 7) acompañar el crecimiento de los hijos en las familias. En las letanías de san José, aprobadas por san Pío X, tenemos otras tantas consideraciones que la espiritualidad cristiana ha reconocido en el conocimiento y el trato con el santo patriarca. En nuestro camino para celebrar su solemnidad del 19 de marzo de este año “jubilar”, ojalá hayamos gustado su influjo espiritual y pongamos nuestra vida y ocupaciones bajo su manto y protección. “San José, con el amor y generosidad con el que guardó a Jesús, guarda también tu alma. Como le defendió de Herodes, te defiende del demonio. Todo el cuidado que tuvo por Jesús lo tiene por ti y te ayudará siempre con su patrocinio. Ite ad Joseph! Id a José con extrema confianza, porque no recuerdo haberle pedido algo a san José sin haberlo obtenido pronto” (S. Pío de Pietrelcina). 

Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén